sábado, 4 de febrero de 2012

A CONTINUACIÓN VOY A PUBLICAR UN RELATO CORTO, CUYA AUTORA ES Maria Oreto Martínez Sanchis, 
EL TITULO DEL CORTO ES:
"EL COGOLLO"

 

Noche oscura. Las estrellas titilan como linternas con escasas pilas, mortecinas, tristonas. Sigo el rumbo de un avión cuya estela luminosa forma un arcoíris sobre el cielo, hasta perderse en el horizonte marcado por el abrazo entre una luna en cuarto menguante y la espuma del mar. Mis pupilas se adormecen observando la cadenciosa danza de las olas en este día plácido de estío. Como decía mi padre, un buen agricultor, el mar es como una lechuga que se va pelando poco a poco pero de la que nadie llega a descubrir el cogollo.
Cada vez que recuerdo estas palabras pienso en ti. Tú eres mi gran enigma, el corazón que no he llegado a desnudar, a pesar de la gran pasión platónica que vivimos y que aún palpita en mí como el fuego de la quimera imposible. Eres el sortilegio de una noche de San Juan cuando, entre risas y bromas, a orillas del mar, posé por primera vez mi mirada en ti.
Aún sueño, a veces, con tus ojos castaños verdosos que me contemplan con aquella mirada escrutadoramente irónica con la que me observabas aquella noche, y tantas otras. Aún te pienso mirándome y acercándote con aspecto decidido. Aún recuerdo el arrebol que cubrió mis mejillas de virgen pudorosa y la sonrisa burlona que brotó como un aguijón de tus labios, avezados a causar reacciones de timidez. Eras osado y atractivo. Lo sabías, y te sentías dueño y señor de tus anhelos y de los de las mujeres que  estuviesen a tu alcance. Sin embargo, habías encontrado en mí la suela de tu zapato, la mujer a la que nunca conseguirías conquistar, aunque se muriese de pena por tu amor.
Muchas hogueras de San Juan han transcurrido desde entonces. Hoy, justamente en este día del mes de julio de 2010, he conocido, por fin, qué fue de tu vida. Muchas veces me lo había preguntado a lo largo de los lustros  en que, en tantísimas ocasiones, he temido encontrarte del brazo de una mujer hermosa, casado y feliz. Durante años me he sentido terriblemente triste al imaginar qué hubiese acontecido con nuestra existencia si hubiera sido una mujer mundana, o si tú hubieses sido el chico dulce con el que había soñado. Seguramente nuestra pasión hubiera cuajado en amor y tú serías el padre de mis hijos. Hoy he sabido que estás enfermo del corazón desde joven y que no te has casado. Hoy he conocido,  de boca de una amiga mutua –más tuya que mía-, que te operaron, a vida o muerte, del cogollo que  no llegué a encontrar, aunque tanto busqué. Hoy sé que hubiese deseado amarte y ser tuya en aquellos tiempos, pero valoro en su justa medida mi situación actual.
Una estrella fugaz me aparta de ti. Pido un deseo: Ojalá que vivas muchos años y que seas tan feliz como yo lo soy yo con mi marido, un chico bueno, y con mis hijos.

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