sábado, 11 de agosto de 2012

LA PREGUNTA

Texto original de Rolando Pituti Correa

—Mis respetos, noble anciano. He atravesado la mitad del mundo para que me respondas una sola pregunta: ¿cómo se triunfa en la vida?

            El viejo sabio se incorporó con lentitud, dirigiéndose al ventanal.
            —Acércate —dijo—. ¿Qué ves?
            —Pues… Hierba, un bello jardín… árboles, aves. Allá veo una casa blanca, un sendero…
            —¿Y debajo?
            —¿Debajo? Nada. Bueno, sí, sí: tierra.
            —Eso es. Tú lo has dicho: tierra. Simplemente. Te contaré una historia. Tan antigua que sus protagonistas hoy son eso que dijiste: tierra, polvo. ¿Sus nombres? Se perdieron. Tal vez ahora sean parte del aire, un viento sin voz. Podemos llamarles Pedro y Pablo, si quieres.
            »Ambos nacieron en una pequeña ciudad bañada por un helado mar y la tenue luz de la Cruz del Sur. Cierta tarde, contemplaban el horizonte azul mientras el sol moría a sus espaldas. De repente, como un fantasma que abre las cortinas de la noche, apareció una sombra confusa que quedó atrapada entre las rocas de la orilla. Al acercarse comprobaron que se trataba de un baúl de madera flotando a la deriva.
            »El baúl contenía decenas de perlas blancas como nieve recién caída. Esferas perfectas. Pequeñas y frías estrellas que dibujaban constelaciones cambiantes en las temblorosas manos de los jóvenes.
            »Prometieron guardar el secreto y se repartieron ese increíble e inesperado regalo del destino. A partir de ese momento sus vidas tomaron rumbos diferentes.
            »Pedro vendió sus perlas y se mudó a una gran ciudad. En su periferia, detrás de deslumbrantes edificios, descubrió el áspero olor de la pobreza y los rostros oscuros del desencanto. Oyó el llanto de niños hambrientos de leche y caricias de padres ausentes. Vio las luces rojas de cigarros asesinos y de casillas miserables con su oferta de placeres en brazos de niñas sin infancia vistiendo disfraces de mujeres. Y pisó el mugriento fango de los pasillos, entre bicicletas desvencijadas y caballos flacos atados a su suerte sin forraje ni praderas.
            »Sintió que sus bolsillos pesaban demasiado. Entonces donó la mitad de su fortuna. Con ese dinero se crearon dos cooperativas de trabajo que con el tiempo se multiplicaron. Nadie supo su nombre, y su existencia real  luego fue un mito de dudoso crédito.
            »Después viajó hacia el norte lejano. Sus pasos lo llevaron a parajes perdidos en montes espinosos e impenetrables.
            »Sus sentidos se abrieron a nuevos conocimientos. Comprobó la falacia atroz que se esconde en frases tales como: “Los seres humanos somos iguales y tenemos los mismos derechos”. Allí la realidad pronunciaba palabras diferentes.
            »Esqueletos apenas cubiertos por delgadas pieles apergaminadas de uno o treinta años. Miradas huidizas de las víctimas de un exterminio aún no consumado totalmente. Topadoras impiadosas devorando naturaleza milenaria para hacerle espacio a verdes plantíos que enriquecerían a unos pocos. Desolación del paisaje y de las almas. Páramo y derrota del espíritu. Engaño de la historia. Brutal espejo reflector de la desnuda condición humana.
            »Sus bolsillos entonces parecieron tener un peso insoportable. Sin decir palabra empleó lo que le quedaba en la compra de todos esos campos. Construyó hospitales, plantas de agua potable, viviendas, escuelas, centros vecinales, toneladas de leche, alimentos, medicina y muchas otras cosas. Donó todo a esas comunidades y se marchó en silencio.
            »Ya sin un centavo, comenzó una nueva vida en un pueblo cerca de las montañas. Fue un vecino más. Con su nombre y su anonimato. Cuando murió —ya anciano— lo sepultaron en un simple ataúd de madera en el cementerio del valle. Con el tiempo lo olvidaron.
            »Espera. Necesito un poco de agua. De ese jarrón. Gracias. Sírvete si quieres.
            »En cuanto a Pablo… Una historia algo distinta. Vendió las perlas y depositó el dinero en un banco de la ciudad. Estudió y obtuvo un título universitario. Instaló su estudio y simultáneamente abrió una casa financiera. Prestó dinero y lo multiplicó. También se hizo propietario de muchas viviendas cuyos dueños no pudieron cumplir con la devolución y el pago de altos intereses. Se decía en ese entonces que algunas personas se habían quitado la vida por encontrarse de repente en el desamparo de la calle.
            »Sus bienes fueron en continuo aumento. Guardaba una  apariencia acorde con su solidez económica. Lujosos trajes y vehículos. Viviendas fastuosas. Todo el mundo lo saludaba con respeto y el sonreía condescendiente.
            »Cuando consideró que la acumulación de bienes ya no era un estímulo que lo empujara, fue en busca del poder. Comenzó los primeros ensayos en la actividad política. A falta de una ideología, se sumó al partido con mayores perspectivas. Su nombre y su dinero abreviaron caminos hasta ubicarlo en primera fila. Años después alcanzó las máximas alturas. Gobernó su país con mano dura, siempre rodeado de una corte de vasallos dispuestos a atender sus mínimos deseos. Se relacionó con reyes y embajadores. Sus brillantes y caros zapatos lucían el lustre de mullidas alfombras. Su fortuna volvió a multiplicarse y abarrotó las cajas fuertes de bancos internacionales.
            »Los cortinados de las ventanillas de sus aviones, las nubes y la altura no le permitieron ver el mundo que Pedro había caminado. O quizás perteneciera a una galaxia desconocida y distante.
            »Compró voluntades, justicia, elogios y fama. Y compró. Y compró. Vidas y muertes. Gritos y silencios.
            »Poco antes de morir dejó las últimas instrucciones. Por supuesto, éstas también fueron acatadas. Lo sepultaron en un gran ataúd del más fino ébano, vestido con sus mejores galas. Y todos los billetes que pudieran caber. No quería llegar al más allá sin tomar previsiones.
            »La naturaleza hizo su trabajo inexorable. Microorganismos y gusanos se alimentaron con su dinero, su traje, su carne y sus huesos. Mucho tiempo atrás a él también lo habían olvidado.
            »Permíteme ahora descansar —dijo, respirando con esfuerzo—. Ya tienes lo que viniste a buscar.
            —¿Y la respuesta, Maestro?
            —Triunfo… Fracaso… Ganar… Perder… La respuesta está en la historia. Pero sobre todo en tu interior. Ahora vete y no olvides mirar hacia abajo. Observa bien lo que pisas.

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